Artículo de opinión de Jon Ken Mizutani, psicólogo colegiado GZ2182
Los llamados “trastornos” psicológicos, comúnmente etiquetados como disfuncionales o problemáticos, son en realidad maniobras de supervivencia desarrolladas en respuesta a contextos adversos. Estas respuestas emocionales y conductuales, aunque pueden parecer desadaptativas en la actualidad, son expresiones de mecanismos profundamente adaptativos diseñados para asegurar nuestra supervivencia en circunstancias difíciles.
En el ámbito psicológico, las susceptibilidades genéticas no determinan nada por sí mismas. Es el entorno, los diferentes contextos de vida a los que nos enfrentamos, lo que moldea nuestras reactividades y las maniobras psicológicas que utilizamos para sobrevivir. Cuando el contexto (padres, hermanos, profesores, etc.) que nos rodea no logra atenuar, filtrar o regular las altas reactividades con las que nacemos, estas se mantendrán en la actualidad reflejadas en respuestas emocionales y conductuales intensas que se saldrán de la normalidad estadística social.
Resignificar lo que llamamos trastornos psicológicos como maniobras de supervivencia adaptativas nos permite comprender nuestra naturaleza desde el punto de vista de la psicología evolutiva, caminos hacia una comprensión más humana de nuestra forma de ser hoy en día.
1. La genética y la susceptibilidad a diferentes trastornos psicológicos: un enfoque evolutivo
Nuestra biología influye profundamente en nuestras emociones y comportamientos. Por ejemplo, el apéndice, durante mucho tiempo considerado un órgano inútil, desempeñó un papel esencial en la digestión de celulosa y actualmente actúa como reservorio de bacterias beneficiosas para nuestra microbiota intestinal (Smith et al., 2009).
De manera similar, la psoriasis, una enfermedad inflamatoria crónica, pudo haber ofrecido ventajas evolutivas. Investigaciones sugieren que la inflamación característica de esta enfermedad mejoraba la curación de heridas y protegía contra infecciones cutáneas (Elder et al., 2010). Además, se postula que los genes asociados a la psoriasis conferían resistencia a enfermedades como la lepra y la tuberculosis en entornos históricos donde estas enfermedades eran prevalentes (Lowes et al., 2007).
Estas perspectivas nos preparan para comprender los trastornos psicológicos desde un ángulo evolutivo. Muchas respuestas emocionales o conductuales que hoy se etiquetan como “anómalas” son, en realidad, mecanismos adaptativos que, aunque útiles en el pasado, pueden desentonar en los contextos actuales.
2. Todos nacemos reactivos: Un legado evolutivo
Desde el nacimiento, la reactividad emocional es nuestra herramienta de supervivencia más poderosa. El llanto de un bebé no es solo una señal de malestar, sino un mecanismo evolutivo diseñado para garantizar atención inmediata. En esta etapa, el bebé es el ser más reactivo de nuestra especie: experimenta el miedo, la tristeza y la rabia con una intensidad desproporcionada. Esta hipersensibilidad asegura que sus necesidades sean atendidas rápidamente, maximizando sus probabilidades de supervivencia.
Sin embargo, cuando un bebé no muestra reactividad —como no llorar cuando tiene hambre o permanecer en un estado de letargo— esto puede indicar respuestas disfuncionales para la supervivencia. Estas señales podrían estar asociadas con problemas prenatales o perinatales, relacionados con factores como el estrés durante el embarazo o la falta temprana de cuidados (Field et al., 2011).
3. La epigenética y los contextos como amplificadores o atenuantes de la reactividad
La epigenética demuestra que no somos prisioneros de nuestra genética. Los entornos en los que vivimos tienen la capacidad de activar o desactivar ciertas predisposiciones biológicas y psicológicas. Un contexto seguro puede atenuar respuestas reactivas, mientras que un entorno hostil puede amplificarlas (Meaney & Szyf, 2005).
En terapia, el psicólogo se convierte en un nuevo contexto al que el paciente tendrá que adaptarse por supervivencia. Cuanto más saludable sea este contexto, más saludables serán las nuevas maniobras adaptativas que el paciente podrá desarrollar para mejorar su vida.
Este proceso no está exento de desafíos, especialmente para una persona que ha vivido en un entorno hostil o ha estado expuesta a negligencias en el cuidado. En estas condiciones, el paciente habrá desarrollado maniobras de supervivencia específicas, como la desconfianza, la hipervigilancia o el aislamiento, que le permitieron adaptarse a su entorno. Estas maniobras, aunque útiles en contextos adversos, se convierten en patrones que la persona despliega en su vida cotidiana, incluso frente a personas con buenas intenciones, como el terapeuta.
En este caso, el terapeuta desempeña un papel crucial al ayudar al paciente a reconocer las maniobras que está desplegando. A través de un contexto terapéutico seguro y saludable, el paciente podrá desarrollar maniobras más adaptativas que generen bienestar, emociones positivas y sensaciones nuevas, que no tendrán precedentes en su experiencia.
A través de este proceso, la terapia no solo transforma patrones que resultan desadaptativos en la actualidad, sino que también abre la puerta a una vida más equilibrada y plena.
4. El desafío de modular reactividades en la actualidad
En nuestra sociedad moderna, donde el estrés y la sobreexposición son constantes, la reactividad exacerbada puede percibirse como “anormal” según criterios estadísticos. El Trastorno por Condición Mental (TCM), basado en esta perspectiva, clasifica como trastornos las respuestas emocionales que se desvían significativamente de la norma (American Psychiatric Association, 2013).
Sin embargo, nuestras maniobras de supervivencia son el resultado de contextos específicos. Estrategias como la meditación o la exposición gradual nos ayudan a modular nuestras respuestas y a encontrar formas de adaptarnos de manera saludable (Kabat-Zinn, 2003).
El verdadero reto es comprender nuestra configuración única de reactividad y maniobras como el resultado de la vida que nos ha tocado vivir. En lugar de intentar encajar en una norma, el enfoque debe estar en construir una adaptación saludable desde la autocompasión.
5. Reflexión final: Despatologización de los trastornos psicológicos y una comprensión profunda
La psicología evolutiva nos invita a replantear nuestras formas de relacionarnos, de protegernos y de expresarnos. Aunque identifiquemos conductas que se alejan de la media estadística, debemos dejar de verlas como defectos y empezar a entenderlas como manifestaciones de adaptaciones evolutivas que, en su momento, fueron esenciales para nuestra supervivencia.
Comprender este vínculo nos permite observar nuestras experiencias con autocompasión y empoderamiento. Como seres inteligentes, tenemos la capacidad de crear y fomentar entornos que nos permitan “mudar la piel” que alguna vez nos protegió, pero que ahora puede limitar la expansión de nuestra esencia. Entender es poder.
Esquema general
