Artículo de opinión de Jon Ken Mizutani, psicólogo colegiado GZ2182
En nuestra sociedad, hay un grupo de personas que caminan entre nosotros, pero viven en un aislamiento emocional profundo. Son las personas invisibles. Han aprendido a adaptarse a su entorno desde muy temprana edad, cumpliendo con lo que se espera de ellas sin permitir que su verdadera esencia se exprese.
Estas personas, bloqueadas emocionalmente desde la infancia, han adoptado la mimetización como su principal estrategia de supervivencia, lo que les permite funcionar en la sociedad, pero a un precio muy alto: la desconexión interna y la falta de una vida auténtica.
Este fenómeno es discutido ampliamente en las teorías de Winnicott (1971), quien menciona que muchas personas desarrollan un «falso self» como una defensa para adaptarse a las demandas externas, mientras que su «self verdadero» permanece oculto.
El bloqueo emocional desde la infancia
Estas personas han crecido en entornos donde las emociones no eran válidas, o peor, eran motivo de castigo. Gritos, enfados o golpes han congelado su espontaneidad, su esencia más profunda. Además, en muchos casos, han asumido responsabilidades adultas siendo solo niños, obligándose a cumplir roles que no les correspondían.
Así, la parte más vulnerable y auténtica de su ser quedó atrapada en un rincón oscuro, sin espacio para desarrollarse ni manifestarse. Alice Miller (1997) explora este tipo de dinámicas familiares en su obra «El drama del niño dotado», donde expone cómo los niños, para sobrevivir emocionalmente en ambientes disfuncionales, se ven forzados a sacrificar su verdadero yo.
Funcionamiento sin conexión interna
A lo largo de su vida, han aprendido a adaptarse a las expectativas de los demás: sacan buenas notas, encuentran trabajo, forman una familia. Pero detrás de esta fachada de éxito, hay una profunda desconexión. Funcionar no es lo mismo que vivir. La parte congelada de su ser no participa activamente en sus decisiones, ni en sus relaciones, ni en su trabajo.
Esta desconexión les impide establecer interacciones sociales justas, porque no pueden expresar de manera equilibrada lo que sienten. La psicoterapeuta Janina Fisher (2017), en su enfoque sobre el trauma complejo, aborda esta desconexión y el congelamiento emocional, describiendo cómo los supervivientes de traumas tempranos muchas veces viven en un estado de funcionamiento disociado.
La Paciencia: ¿Virtud o margen de maniobra?
El desequilibrio en las relaciones, especialmente cuando se rompen los contratos tácitos de reciprocidad y justicia, genera un desgaste emocional inmenso. La paciencia, que socialmente se considera una virtud, en realidad es un margen de maniobra que debería servir para restaurar ese contrato tácito de reciprocidad y mantener una interacción saludable.
Sin embargo, cuando una persona interpreta la paciencia únicamente como una virtud, tiende a usarla para soportar situaciones que, en realidad, deberían corregirse. El hecho de estar tirando de la paciencia debería ser una señal clara de que algo no está bien en la relación.
Es cierto que la paciencia puede ser una virtud cuando nos ayuda a enfrentar momentos difíciles que requieren esfuerzo y crecimiento personal. Sin embargo, debemos entender que es también un recurso limitado. Si la paciencia se prolonga más allá de lo necesario, sin que ocurra un cambio en la situación, se cruza una frontera que activa la ansiedad y la somatización.
En este punto, el cuerpo comienza a manifestar el peso de la injusticia emocional, lo que genera síntomas físicos y enfermedades psicosomáticas, como bien explica Peter Levine (2015) en su trabajo sobre trauma y somatización.
La depresión como mecanismo de supervivencia
Cuando la ansiedad y la somatización se prolongan a lo largo del tiempo, y el cerebro percibe que no hay salida, apaga los fusibles, llevando a la persona a un estado de depresión. La depresión, en este caso, no es simplemente un estado de ánimo bajo. Es una maniobra de supervivencia. Es el modo en que el cerebro intenta protegerse del colapso total, entrando en una especie de hibernación emocional.
Aunque la persona sigue funcionando en lo cotidiano, ha perdido la capacidad de experimentar la vida de manera plena y auténtica. Vive en piloto automático, atrapada en un estado emocional congelado.
El neurocientífico Antonio Damasio (2000) ha descrito cómo los mecanismos de defensa del cerebro activan estados de desconexión cuando perciben una amenaza insuperable, protegiendo al individuo del colapso emocional.
El desacierto de los consejos bien intencionados
Las personas a su alrededor intentan ayudarles, pero muchas veces no comprenden la profundidad del problema. Los consejos que ofrecen —«tienes que ser más positivo», «haz ejercicio», «cambia de trabajo»—, aunque bien intencionados, no llegan a la raíz del dolor. Es como decirle a un niño con terror a la oscuridad que simplemente encienda una linterna.
El consejo es lógico, pero ignora el miedo paralizante que siente ese niño. Este fenómeno está relacionado con lo que Carl Rogers (1951) denominaba la necesidad de empatía genuina en la terapia, donde el individuo no necesita soluciones rápidas, sino comprensión profunda de su experiencia emocional.
La necesidad de acompañamiento emocional
Lo que realmente necesitan estas personas es acompañamiento emocional, alguien que les ayude a descongelar esas partes bloqueadas poco a poco. Es un proceso delicado, que requiere tiempo, paciencia y, sobre todo, comprensión. La metáfora del niño atrapado en un búnker es muy adecuada: sólo pequeños agujeros permiten que el niño respire de vez en cuando.
Donald Kalsched (1996), en su teoría sobre el trauma y la disociación, habla del «sistema de defensa interior», una estructura psicológica que mantiene las partes vulnerables de la psique protegidas y escondidas, pero que debe ser abordada con cautela y empatía para que la sanación sea posible.
Un proceso de sanación gradual
Si quienes les rodean logran acompañar este proceso, esos agujeros del búnker se pueden agrandar poco a poco, permitiendo que la persona se libere emocionalmente. Pero si se interrumpe con consejos o teorías que no pueden implementar, los agujeros se cierran de nuevo, y la persona regresa a su aislamiento. Estas personas invisibles no sólo están entre nosotros, sino que muchas veces son nuestros amigos, familiares o colegas.
Reconociendo el sufrimiento interno
Es importante que como sociedad comencemos a ver a estas personas, no sólo por lo que hacen o dicen, sino por lo que no pueden expresar. Necesitamos aprender a acompañarlas en su proceso de descongelación emocional, dándoles el tiempo y el espacio necesarios para que, poco a poco, puedan salir de ese estado de hibernación en el que han estado atrapadas durante tanto tiempo.
Judith Herman (1992), en su trabajo sobre el trauma y la recuperación, sugiere que para la verdadera sanación, las personas deben ser vistas, comprendidas y, sobre todo, deben sentir que sus experiencias emocionales son validadas y acompañadas.
Una llamada a la empatía y la comprensión
Como psicólogo, invito a reflexionar sobre la importancia de ver más allá de las apariencias y de los comportamientos superficiales. Sólo cuando comencemos a reconocer el sufrimiento interno de estas personas y les brindemos el acompañamiento emocional que necesitan, podremos ayudarles a encontrar un camino hacia una vida más auténtica y plena.
Las personas invisibles merecen ser vistas, comprendidas y, sobre todo, acompañadas en su proceso de sanación.
Conclusión
Las personas invisibles viven atrapadas en un estado de desconexión emocional que, aunque les permite adaptarse a las expectativas sociales, las aleja de una vida auténtica. Su supervivencia depende de una mimetización que congela su verdadera esencia, lo que las lleva a sufrir en silencio, muchas veces sin ser comprendidas por quienes las rodean.
Para ayudar a estas personas, es fundamental ofrecerles un acompañamiento emocional profundo, permitiéndoles poco a poco descongelar sus bloqueos internos. Solo así podrán reconectar con su verdadero yo y experimentar una vida plena y genuina.
Como sociedad, es necesario que aprendamos a ver más allá de las apariencias y a validar las experiencias emocionales de estas personas, brindándoles el espacio y la comprensión que necesitan para sanar.
Esquema general
Referencias
– Damasio, A. (2000). The feeling of what happens: Body and emotion in the making of consciousness. Harcourt.
– Fisher, J. (2017). Healing the fragmented selves of trauma survivors. Routledge.
– Herman, J. (1992). Trauma and recovery: The aftermath of violence—from domestic abuse to political terror. Basic books.
– Kalsched, D. (1996). The inner world of trauma: Archetypal defences of the personal spirit. Routledge.
– Levine, P. (2015). Trauma and memory: Brain and body in a search for the living past. North atlantic books.
– Miller, A. (1997). The drama of the gifted child. Basic books.
– Rogers, C. (1951). Client-centered Therapy. Houghton Mifflin.
– Winnicott, D. W. (1971). Playing and reality. Routledge.